Por fin nació Juan Pablo, nuestro tercer hijo. Su llegada ha sido una gran alegría para toda la familia, en especial para nosotros, sus padres, y para sus dos hermanos de cinco y seis años que lo esperaban con mucha ilusión. A pesar de nuestros miedos iniciales por si los otros dos niños iban a estar celosos por tener que compartir la atención de mamá y de papá con el bebé, ambos se han mostrado encantados de ser uno más en casa.
Situaciones cotidianas que vivimos día a día en la rutina diaria, confirman algo de lo que ya estaba convencida: las oportunidades de educar en los valores cristianos y humanos que queremos para nuestros hijos, son más fáciles de transmitir en un hogar con varios hermanos. Por ejemplo los niños comprenden y aprenden que ellos no son el centro del universo, que, muchas veces, las necesidades de los demás (de un hermano más pequeño en este caso) son cubiertas antes que las suyas, que hay que entender y disculpar cuando otro es pesado o llora porque tiene sueño, que papá y mamá hacen lo que pueden y que hay que ayudar a mantener la casa ordenada y ocuparse ellos mismos de pequeñas tareas que pueden hacer sin ayuda en lugar de quedarse sentados esperando a que alguien se lo haga. Es decir, los hermanos aprenden a ser más generosos, comprensivos, autónomos y colaboradores, así como a preocuparse por los demás, a sentirse parte del "equipo" que es nuestra familia y a estar alegres por darse (en la medida de sus posibilidades) a los que le rodean. Y todo esto esto lo aprenderán de forma natural, porque lo verán en su hogar y les saldrá a ellos mismos sin mayor esfuerzo.
Esto es real, nosotros lo hemos experimentado en el mes que lleva Juan Pablo en casa. A pesar de todo, seguimos escuchando los comentarios de gente que no comprende que algunos queramos tener más hijos que "la parejita" de rigor, aludiendo a que es una locura, que con el trabajo que dan.. y cuestiones varias tan de moda hoy en día. Pero la que más me llamó la atención y que fue tema de conversación en casa fue la de un vecino que le dijo a mi marido (así, sin que nadie le preguntara) que a él pensaba que tener más de dos hijos era una irresponsabilidad ya que él quería darle a sus hijos "lo mejor". Cuando mi marido volvió y me contó la conversación con el vecino en cuestión, estuvimos hablando acerca de que era aquello mejor que él pensaba que le podía dar a sus hijos. ¿Un dormitorio para cada uno? ¿Una televisión en cada habitación de la casa? ¿Ropa nueva cada temporada? ¿Tantas actividades extraescolares que no les quede ni tiempo para jugar? ¿Yogures que no sean de marca blanca?
Después de todo nos pareció hasta ridículo comparar estas supuestas ventajas materiales con la alegría de una nueva vida, del amor que se refuerza entre los esposos al ver al nuevo niño que han traído al mundo y necesita tanto de ambos, de los hermanos que se sienten mayores y colaboran en todo lo que pueden y agradecen el nuevo hermanito que dentro de pocos meses será otro compañero de juegos, de cada pequeño gesto del recién nacido que nos deja a todos embobados... Y, después de todo, sabemos que todo pasa, lo material se estropea, el cansancio físico por la falta de sueño se supera, y que lo que permanece con el paso de los años es la familia y el verdadero amor que se da y se recibe en ella.